Viveza a la colombiana

«El vivo es un personaje de frontera. No es un pícaro ni un vividor, tampoco es un travieso; pero tiene un poco de todos esos personajes. Si actúa de manera ruin es porque lo necesita, más que por ser esa su naturaleza. Si se aprovecha de los demás, es por conveniencia antes que, por principios» – extracto del ensayo del politólogo colombiano Mauricio Garcia Villegas- quien describe de manera precisa la mentalidad de los incumplidores de las normas y leyes bajo el contexto de América Latina, sin desconocer las combinaciones entre estas mentalidades producto del contexto social, económico, y el orden de valores de cada uno.

La mezcla es compleja y puntualiza bajo tres mentalidades; El rebelde, quien incumple porque quiere, conscientemente desobedece la norma; el arrogante que incumple porque supone que bajo las condiciones y privilegios que le fueron otorgados es superior a ella, acá la norma es aplicable a todos menos a él quien si tiene derecho de incumplirla; por último, tenemos a el vivo, quien para lograr el fin acomoda egoístamente los medios, y a quienes se les ve florecer con más asiduo en la sociedad colombiana, sobre este último me detendré.

El vivo o la viveza, como se quiera en adjetivo o sustantivo, tiene una particularidad intrínseca en la cultura colombiana, y es que además de la tolerancia con la que ha logrado emerger y sostenerse hasta ser casi imperceptible, contiene un ingrediente adicional, y es que se volvió plausible, hasta convertirse en la jerga diaria, en un halago. Su supervivencia se debe a que, compuesta por pequeños y recurrentes actos, bajo los cuales el umbral de honestidad no se activa (en la mayoría), hasta tanto no exista un gran acto que genere vergüenza para sí o por especial atención en los espectadores, por lo que la naturalidad y normalización con la que pasea dentro de la sociedad (por lo minúsculo) hace que la réplica sea contagiosa, incluso y todavía más cuando la vemos en personas cercanas; generando permisividad en acciones que están al margen de la norma. El vivo tiene además una característica adicional y es que es estratégico al balancear el riesgo de cometer ilícito versus el castigo recibido.

Una droga más dañina que las mal llamadas heroicas se introdujo en la cultura nacional: el dinero fácil. Prospero la idea de que la ley es el mayor obstáculo para la felicidad, que de nada sirve aprender a leer y a escribir. (Garcia Márquez, 1996). Divido el camino a partir de este momento histórico, sin ignorar, por supuesto, lo que heredamos culturalmente por el periodo de la conquista de Portugal y España en América latina. Así pues, la cultura del dinero fácil que nos regaló la época del narcotráfico nos marcó colectivamente permeando la cultura y el pensamiento, con esa sensación de la inmediatez, con la victimización de que todos los males vienen del estado-y si, muchos-, y con la eterna evasión de la dificultad o al menos el despreocupado análisis de descubrir nuestros talentos. Entonces, pensar se convierte en la antítesis del dinero fácil, pensar no es para los prosaicos. Pensar en lo que conviene a largo plazo para la sociedad y para sí mismo, permitiría siquiera vislumbrar la ineficiencia de aquel acto grande o pequeño que transgrede la norma, el retroceso y el tropiezo que significa, anomia boba, bien llamada por el Jurista y Filosofo argentino Carlos Nino.

Pensar, nos permitiría aprehender el sentido de agencia. Pensarse a sí mismo como individuo. Reflexionar sobre este hecho, permite determinar la responsabilidad en sus causas y efectos, reconocernos como agentes de cambio, positivo por supuesto, en la consecución del bien común. Por ende, para la existencia de la agencia se requiere comprehender y cuestionar el contexto; querer actuar (intención-voluntad), con responsabilidad y control, finalmente, generando una acción intencional que genera un cambio e impacto en nuestro ecosistema.

Entonces, la viveza no es más que la consecuencia de mantenerse en la superficialidad de la existencia, pasar por encima de los valores acordados socialmente, en arbitrio de su interés individual, que no es más que un desgaste de recursos, tiempo y reproceso de los caminos avanzados socialmente, la queja eterna de que la culpa es de los otros, cuando desconocemos que poseemos la capacidad de agencia, de cuestionar nuestra realidad, de cambiar con intención, responsabilidad y conciencia nuestro entorno. Pero para todo esto necesitamos pisar la viveza con la cabeza.

Natalia Rengifo Vera
Directora de Cumplimiento